THE CLOWN

- Un hombre va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde: "el tratamiento es sencillo, el gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad, vaya a verlo, eso lo animará". El hombre se hecha a llorar y dice: "pero doctor... Yo soy Pagliacci". - (Rorschach en Watchmen - Alan Moore)

Poema frances

Toda la noche escucho el sonido del agua sollozando. Toda la noche hago la noche en mí, hago el día que comienza por mí que llora porque el día cae como el agua en la noche. Toda la noche escucho la voz de alguien buscándome. Toda la noche me abandonas lentamente como el agua que llora cayendo lentamente. Toda la noche escribo mensajes luminosos, mensajes de lluvia, toda la noche alguien me busca y yo busco a alguien. El ruido de los pasos en el círculo cercano de furiosa luz que nace de mi insomnio. Pasos de alguien que no grita más, no escribe más. Toda la noche alguien se detiene y camina a través del círculo de dolorosa luz. Toda la noche me ahogo en tus ojos que son mis ojos. Toda la noche me deliro buscando al habitante del círculo de mi silencio. Toda la noche veo algo subir hasta mi mirada, una especie de materia silenciosa y húmeda que hace el sonido de alguien que llora. La ausencia sopla grismente y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto, la noche viscosa, exhalando un aceite negro que me enloquece y me hace buscar un lugar vacío sin calor, sin frío. Toda la noche huyo de alguien. Encauzo la persecución y la fuga. Canto un canto de duelo. Pájaros negros sobre mortajas negras. Grito mentalmente. El viento demente. Me alejo de la mano tensa y crispada, no quiero saber otra cosa más que este gemido perpetuo, este resonar en la noche, esta dilación , esta infamia, esta persecución, esta inexistencia. Toda la noche sé que el abandono soy yo. Que la sola voz sollozante soy yo. Se puede buscar con faroles, se puede recorrer la mentira de una sombra. Se puede sentir el corazón en la pierna y el agua en el antiguo lugar del corazón. Toda la noche te pregunto por qué. Toda la noche me dices no. Alejandra Pizarnik. (29 de Abril de 1936 - 25 de Septiembre de 1972)

Rubén Salazar

Rubén Salazar (3 de marzo de 1928-29 de agosto de 1970) fue un periodista mexicano-estadounidense muerto por la policía de Los Ángeles durante los sucesos de la Moratoria Chicana. Se convirtió en un símbolo del trato injusto de los chicanos. Salazar fue el primer periodista chicano en los principales medios de comunicación que informó sobre la población mexicano-estadounidense Salazar fue corresponsal extranjero y columnista para el Los Angeles Times de 1959 a 1970. Cubrió la Guerra de Vietnam, la matanza de Tlatelolco y la ocupación estadounidense de la República Dominicana. Desde enero de 1970 sirvió al canal KMEX-DT en el puesto de director de noticias. Entró en conflicto con el Departamento de Policía de Los Ángeles escribiendo artículos sobre sus hechos llenos de prejuicios contra los chicanos. Estuvo años investigando las relaciones políticas entre México y Estados Unidos y se le reconoce haber asegurado los documentos de la relación entre la Universidad Nacional y Washington, alrededor del llamado caso "xitle". Antes de la muerte de Salazar aseguró que la policía le amenazó y pinchó los teléfonos de la casa.[1]​ El 29 de agosto de 1970, la Moratoria Chicana, un grupo de activistas, organizó una marcha contra la Guerra de Vietnam. La policía les ordenó a los manifestantes que se dispersasen. En la cafetería cercana, The Silver Dollar, Salazar recibió el impacto de una bomba de gas lacrimógeno lanzada por ayudante del sheriff. Según el LAPD la muerte de Salazar fue un accidente pero la indignación de la comunidad ante la muerte de Salazar fue agravado por el artículo de Hunter S. Thompson «Strange Rumblings in Aztlan» en Rolling Stone. El premio Robert F. Kennedy al periodismo le fue concedido en un homenaje póstumo y el Servicio Postal de los Estados Unidos en 2008 emitió un sello de 42 centavos con su retrato

Plenamente

René Char (Del ensayo de René Ménard “ La Experiencia Poética”) —Cuando nuestros huesos tocaron tierra, derrumbándose a través de nuestros rostros, mi amor, nada hubo terminado. Un amor nuevo vino en medio de un grito a reanimarnos y reanudarnos, y si el calor hubo callado, aquello que continuaba, opuesto a la vida moribunda, en el infinito se elaboraba. Lo que vimos flotar borda con borda con el dolor estaba allí como en un nido, y sus dos ojos nos unian en un naciente consentimiento. La muerte no había crecido pesar de las lanas chorreantes, la felicidad no había comenzado acecho de nuestras presencias; la hierba estaba desnuda y pisoteada. René Chard Eres mi amor después de tantos años, mi vértigo frente a tanta esperanza, que nada puede envejecer, enfriar, incluso lo que esperaba nuestra muerte, o lentamente supo combatirnos, incluso lo que nos es extraño, y mis eclipses y mis retornos. Cerrada como un postigo de boj, una extrema posibilidad compacta es nuestra cadena de montañas, nuestro comprimente esplendor. Digo posibilidad, oh mi desasosegada; cada uno de nosotros puede recibir la parte de misterio del otro sin divulgar el secreto; y el dolor que viene de otra parte 3 A une sérénité crispée: Una serenidad crispada. París, Gallimard (N. R. F.), 1951.

los heraldos negros

los heraldos negros Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé! Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

los amorosos

Los Amorosos Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se estan yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son los insaciables, los que siempre- ¡ que bueno !- han de estar solos. Los amorosos son la hidra del cuento. Tienen serpientes en lugar de brazos. Las venas del cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la obscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota como sobre un lago. Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida. Jaime Sabines