Arcano cero

Arcano cero entre las llamas frías de la tarde azulada veía de la mar el cielo y sangre en la rosa caligrafía o imagen, ideograma del silencio mi sangre entro de golpe a la escritura por esa voz de Dios que en lo obscuro llama Samuel y canta David fui u infante ritual de los altares el espíritu gravitaba sereno cegado por el aroma del incienso contrastes del mármol y el vino, la túnica, negra el pan dorado. El el transito del coro que mece la nave que anima la pagana flor del vicio. Artista entre espejos de cantina. Alquimista del álgebra y del alma, cuando me impulsaron el diez solo alcance a ver el cero el gong del vacío, salte: Arrojando al viento desde el arco sagrado de los sentidos mi llama ardió un lascivo verano donde el azul desplegaba un blanquisimo pueblo de palomas. Me embriague con el vino de un otoño enfermo. Llego el invierno beodo de miseria. Giraba en la invisible corriente de la intemperie, ungido por el lácteo brillo del farol que serpea sobre el fango de la noche, como la estela de alcohol del padre y el cirio orgulloso de la oración de la madre. Encontré el pecado: un fetiche cristiano. El bien una quimera. El ritmo es un caballo desbocado y sus crines escriben la cifra de la pasión en el aire. El espíritu es un espejo convexo. La nada un silbido del ser. Bufón y arlequín en caravana de circo entonces huí al trópico. Allí, el turbio zumbido del sol, entre olas de risa y flores del mal. Eros fue la visión de un salto de espuma. Hija de la memoria y el sueño. Inventar un nombre es delicia y su sonido cuerpo, beso de la luz en la sangre. Adolescencia que templa la fiebre y la simetría. Allí también junto a una raza guerrera las consignas fueron acústicos patíbulos, delirios de la razón que al déspota engendra, lenguajes que atascan la lengua y la duda, constantemente criaderos de malaria mental. Encandila la libertad, la traición, el ebrio sacerdocio de la moral y el poder. Trueno de armas, ruido de muerte, dispositivos de la historia y de la histeria. Sin embargo allí encontré el origen de una mezquina descendencia. Regrese hacer sombra dantesca de la ciudad. A llamar río un lecho de piedras como el asalariado que dice ganar la vida. Dejando tras de mi la estela de un murmullo, al caos de un no se que que queda balbuciendo. Pero el vacío de nuevo me enamora. El ojo destalla contra el cielo y en su fondo con vértigo estalla el relámpago de una mujer desnuda. Su cabellera desatada se derrama en mi cuerpo, al ritmo de un cabriolar sensitivo y violento. Gira el carrusel del cero y sigue sonando el mar. Esta arriba o abajo es lo que menos importa. Nunca me siento solo en el oleaje de la escritura. Nada quiere mi llama hacia la otra orilla. El arsenal del cuerpo es una inteligencia mística. Los sentidos son plenos frente al tiempo: cantar, respirar, bailar escuchar, besar y ver. Siempre serán los verbos del presente eterno. Samuel Noyola

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