En esa época no tenías tantos escrachos por todo el cuerpo, ni tantas cicatrices, ni la mirada tan así, le dice recorriendolo con el dedo índice. ¿Así cómo? Así, sabés lo que te digo y le pasa el dedo sobre una cicatriz que irrumpe de manera brutal su torso a la altura del pecho. En esa época eras más buenito. ¿Qué época? Cuando te conocí en la plaza de Ramos, cuando apenas fumábamos y nos poniamos gotitas para que no nos reten, cuando todo era nuevo. Vos también eras más buenita y además con vos siempre fui así, ¿o no? Sus cuerpos se funden con la tierra. Piel, polvo, pasto. Hacen silencio, las palabras ya no salen. Están en paz, sonrientes, el pasto tiene olor rico, el polvo los cubre de manera suave, la piel empieza a entender de otra manera. Miran pasar las nubes que también están en silencio. Ya casi no duele. Está seguro de que se conocieron en otro lado pero no quiere interrumpir las nubes, ni el silencio, ni ese recuerdo, ni estos diez clonas de altura en los que están ahora.
Diego Valeriano
el sendero murmurando
en la libertAd de cada paso
las piedras escaladAs besan mis raíces
atención! atención!!
hoy me Amo para amArmejor
en el silencio de grillos diurnos
bebiendo el néctar de la Luz
sellAndo las puertAs al ostracismO
abrazAndo el AlmA
del sincerOerrOr
Con los días contados, vato, así vivimos todos. Esperando a que nos tachen de la lista. Distrayendo la esperanza con tragos y canciones. No hay mas. Puedes llorar o morirte de risa. Como prefieras
Anoche bebí demasiado porqué comí con unos idiotas, unos arquitectos -con sus mujercitas- que hablaban de aviones y del servicio militar en todos los países del mundo. Eran muchachos de veinticuatro a treinta años. Odio a la gente joven -seria y estudiosa- con su porvenir abierto y sus miserables deseos de automóviles y departamentos. Los únicos jóvenes que acepto son los bizcos, los cojos, los poetas, los homosexuales, los viudos inconsolables, los frustrados, los obsesionados, sean condes o mendigos, comunistas o monárquicos, mujeres, hombres, andróginos o castrados".
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas".