un poema intervenido de Morgana

De una mesa a otra ninguna mirada se cruza. El observar se disipa en el propio pensamiento. Por eso la dirección a la que apuntan los ojos apenas lleva fuerza para distinguir color. No hay riesgo de encontrarse con mensajes en los rostros, pues todos aquí somos casas sin ventanas. En una cantina se mira al suelo sin mirarlo, a cualquier objeto sin apreciarlo. Porque el orgullo lo deja a uno en la puerta y atravesarla es saberse tirado.  Las personas solitarias miran hacia abajo y con la cabeza gacha recorren los caminos de los insectos . Allí donde los animales indeseables anidan uno se reconoce: en la basura, con ratas, cucarachas, perros a medio morir.  En este lugar donde todos miramos hacia adentro es raro coincidir en los gestos. Estas pieles ya no saben de elasticidad. Raro es toparse con gente que todavía sueña. Aquí nadie porta orgullo, ni siquiera los que ríen.  Uno bebe con la ausencia, con los espacios vacíos (ya ni en blanco) que quedan en la mente cuando la esperanza se esfuma.  Con alguien que nunca ha estado ni nunca podrá estar y a pesar de todo es amado.   Uno se arrincona en el mismo lugar y se encoge ya habiendo asimilado la vergüenza.  Y la mirada, otra vez la mirada. Perdida y, sin darse cuenta, queriendo que la encuentre quien la fue a botar.  Miradas extraviadas, ya no las busca nadie. Miradas solitarias, sin ningún mensaje. Morgana

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