DANZA CON HIPSTERS. JACK KEROUAC Y LOS SUBTERRÁNEOS
El término "hípster" fue utilizado en los años cuarenta y cincuenta, con referencia a aquellos intelectuales que se encerraban en universos literarios, fanáticos del jazz, arrojados a la deriva de las drogas, el alcohol y la violencia, pero que tenían una gran afición a la cultura afroamericana de Estados Unidos, de ahí esa pasión por el jazz. También eran quienes partían sin rumbo, recorriendo lugares de Norteamérica, como un largo viaje sin final determinado. Ellos fueron los primeros en formar una contracultura y el inicio para la era de las liberaciones. Pertenecientes a la llamada generación beat, la generación golpeada, a la que le tocó vivir infancias o pubertades durante la Segunda Guerra Mundial. Si a fin de cuentas el término Hipster, también llamado Beatnik, está relacionado con moda u ondas de vanguardia, no sería raro que por eso se haya utilizado para enfrascar a todos aquellos que en la actualidad buscan salirse de lo común. Sin embargo, la poca claridad actual sobre el término ha causado que también se considere como algo despectivo o insultante. Constantemente a jóvenes de clase media alta que intentan ser intelectuales se les etiqueta el Hip como una agresión.
Del movimiento original, hubo tres testigos importantes que dejaron testimonios en la literatura: William S. Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Este tercer autor escribió un libro que describe bien la era del Hipster, Los subterráneos, una novela autobiográfica publicada por primera vez en 1958. En ella, el alter ego de Kerouac aparece como el personaje Leo Percepied, quien vive en San Francisco, donde suele no hacer otra cosa más que reunirse con sus amigos en bares para hablar sobre literatura, entregarse al alcohol y las drogas, todo al ritmo del jazz.
La vida de Leo cambia una noche de reunión común, cuando con sus amistades viene una chica afroamericana llamada Mardou Fox. Al instante, él siente atracción por ella, pero se frustra al ver que sus intentos de seducción son fallidos. Conforme se conocen más, Leo empieza a envolverla poco a poco, pero se enfrenta a dos problemas enormes; el primero es que Mardou carga con problemas mentales muy fuertes. Para el círculo de Leo, ella solo es una chica con conflictos y adicciones, que ha tenido relaciones sexuales con la mayoría de ellos. Pero para él es un misterio que lo intriga cada vez más hasta amarla casi con locura. El segundo problema es el constante debate de nuestro protagonista entre su pasión por escribir y Mardou, su ángel negro que quiere escapar del círculo subterráneo.
El resto de la novela es un ciclo de amor intenso, pero inestable, entre estos dos personajes, ambos envueltos en estos ambientes subterráneos de alcohol, droga, excesos de la vida bohemia, sexo desenfrenado y pasión por la literatura, todo al ritmo de los grandes del Bop, término utilizado como una relación con el Jazz y en cierto modo con el golpe de emociones que causa escucharlo. Al final, se podrá decidir si la pasión entre ambos culminará como un amor fracasado o tome un rumbo promisorio. Sin embargo, la monotonía y los excesos no son para nada buenos aliados. Mientras se leen las páginas de este libro, se crea una incertidumbre cada vez más grande de saber hasta cuando seguirán colándose los rayos del sol sobre tal romance beat y cuando, de pronto, caerá la oscuridad.
Lo escrito por Kerouac en las páginas es casi una crónica de sí mismo, jugando en parte con los espacios, puesto que mucho de lo vivido le sucedió en Nueva York, no en San Francisco. La narrativa es compleja, ya que debraya en tonalidades poéticas y el personaje divaga entre muchas imágenes que describen el placer de los excesos. Si bien Los subterráneos no contiene la intensidad de En el camino, su novela más famosa y, como esta, no explora otros lugares ni otros paisajes, ambas comparten de manera muy redonda al espíritu de la época, por lo que las dos atrapan por igual.
En la recomendación musical: para la sociedad que rodeaba a la generación beat, escuchar jazz era tan mal visto como en los sesenta lo fue el rock. El género era un completo símbolo de rebeldía, por tal, las irreverentes letras de Kerouac no podrían llevarse mejor que con las notas de Charlie Parker. Ambos creadores se entienden paralela y directamente. Parker, conocido entre los subterráneos como Yardbird, fue uno de los saxofonistas y compositores de jazz más destacado de aquellos momentos, uno de los exponentes del bebop. Se caracterizó por su manera de improvisar y experimentar con las melodías, asunto difícil en una época en la que el swing predominaba como un estándar mainstream. Con Charlie Parker se podrá adentrar más a la atmósfera de Kerouac, Ginsberg y el periodo hipster.
FUENTE: LA RECOLETA (León Cuevas)
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