ESTADOS UNIDOS: MODELO PARA MÉXICO EN LA INDUSTRIA DEL TERROR

Como lo es en México, un sujeto soberano y extrajurídico, llámese sicario, jefe de plaza, militar, policía o funcionario al servicio del crimen, violento y centrado en sus propios intereses, busca la construcción de un ente que persigue restaurar y mantener su dominio por medio de la destrucción sistemática. Este comportamiento tiene como base, además de toda la fenomenología histórica ya por todos conocida de nuestro país, la influencia del modelo heredado por Estados Unidos: la violencia extrema, que en el caso de la vecina nación, se ve reflejada en sus constantes guerras e invasiones, tanto manifiestas como encubiertas, por ejemplo, la guerra contra Irak, y más recientemente, su papel de apoyo clandestino a Israel y Ucrania en sus respectivas irrupciones y enfrentamientos con Palestina y Rusia respectivamente. El resultado equivalente en México, serían, por ejemplo, los cárteles de la droga y su permanente guerra contra las fuerzas armadas, contra la policía, contra sus bandas rivales, contra la población civil, e incluso, contra los pueblos originarios. De igual manera, las acometidas y las distintas formas de intimidación del ejército y las policías estatales y federales, so pretexto de imponer orden, no sólo contra los grupos criminales, sino contra la población civil, son una forma de infundir miedo, de invadir y de vigilar como vía para la ocupación y conservación de un territorio puramente comercial y corrupto hasta la médula, así como de los privilegios económicos que esto conlleva: en el caso de Estados Unidos, para hacerse del mercado del petróleo y los energéticos, y en el asunto de los grupos criminales y las fuerzas coercitivas del estado mexicano, para apropiarse del mercado de la droga, la trata de personas, el tráfico de influencias y la extorsión, el asalto a mano armada, entre otras; también, en última instancia, y producto de la conveniencia bilateral, se genera una evidente asociación de las fuerzas del orden con las fuerzas delictivas. En todo caso, el “ejemplo” en el accionar de Estados Unidos, ha provisto siempre a los países latinoamericanos, y en especial a México, de un modelo en el que la relación estrecha entre las exigencias de los mercados legales, y la creación y florecimiento de los mercados ilegales ha resultado abundantemente lucrativo para los “socios” en cuestión, no así para la población de a pie, quienes, por lo general, somos tan sólo materia prima, clientes y víctimas, los únicos paganos que, sin deberla ni temerla, somos la verdadera carne de cañón para esta funesta industria del terror.

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